Milanesas,
mi comida del mes de abril. Caseritas, preparadas por mí, al horno, de nalga o
de ternera, acompañadas siempre con puré. Delicia. Hay pocas comidas que me
gusten tanto como las milangas. Ojo: los sanguches de miga y las empanadas comparten
el podio. Antes era de tirarle cualquier cosa encima, ahora con queso y tomate
me basta y me sobra. Hay platos que nacieron así, para ser simples, y así deben
morir.
Cada vez
que me toca viajar al exterior, lo que más extraño son las milanesas caseras de
mi vieja. Ni asado ni otra cosa: lo único que quiero apenas pongo un pie en el
país es volver a comer sus milanesas. La guarnición es lo de menos; al pan,
ensalada, puré o fritas pero sus milas son irrepetibles. Como lo debe ser para
ustedes las de sus propias madres.
Por raro
que parezca, no suelo pedir milanesas cuando voy a morfar afuera. Si algún otro
comensal las encarga entonces las pruebo y si son buenas, en caso de reincidir
en el restaurant las pido, pero no me tiro a la pileta. No me cabe que se
zarpen en pan rallado y te pongan una feta de carne y tampoco me cabe
franquicias como el Club de la
Milanesa o como quiera que se llame. La milanesa como la
pizza y las empanadas: no hay como las caseras.
Hablando
del nacimiento, se dice que la mila tuvo su orígen en Italia pero creo que si
le preguntás a un tano hasta ellos te van a admitir que en Argentina la
popularidad de este corte es mayor que en cualquier otra parte del mundo.
Velada
ideal 1: ir a la carnicería, elegir el corte, llegar a casa, poner música y
lanzarme a la maratónica velada de prepararlas. Velada ideal 2: comerlas, con
un jugo y un puré.
La
felicidad es un arma caliente.
1 comentario:
celebro con creces la vuelta del copetín.
"La felicidad es un arma caliente"
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