martes, 28 de abril de 2015

No puedo evitar que vengan hacia mí las milanesas

Milanesas, mi comida del mes de abril. Caseritas, preparadas por mí, al horno, de nalga o de ternera, acompañadas siempre con puré. Delicia. Hay pocas comidas que me gusten tanto como las milangas. Ojo: los sanguches de miga y las empanadas comparten el podio. Antes era de tirarle cualquier cosa encima, ahora con queso y tomate me basta y me sobra. Hay platos que nacieron así, para ser simples, y así deben morir.

Cada vez que me toca viajar al exterior, lo que más extraño son las milanesas caseras de mi vieja. Ni asado ni otra cosa: lo único que quiero apenas pongo un pie en el país es volver a comer sus milanesas. La guarnición es lo de menos; al pan, ensalada, puré o fritas pero sus milas son irrepetibles. Como lo debe ser para ustedes las de sus propias madres.

Por raro que parezca, no suelo pedir milanesas cuando voy a morfar afuera. Si algún otro comensal las encarga entonces las pruebo y si son buenas, en caso de reincidir en el restaurant las pido, pero no me tiro a la pileta. No me cabe que se zarpen en pan rallado y te pongan una feta de carne y tampoco me cabe franquicias como el Club de la Milanesa o como quiera que se llame. La milanesa como la pizza y las empanadas: no hay como las caseras.

Hablando del nacimiento, se dice que la mila tuvo su orígen en Italia pero creo que si le preguntás a un tano hasta ellos te van a admitir que en Argentina la popularidad de este corte es mayor que en cualquier otra parte del mundo.

Velada ideal 1: ir a la carnicería, elegir el corte, llegar a casa, poner música y lanzarme a la maratónica velada de prepararlas. Velada ideal 2: comerlas, con un jugo y un puré.

La felicidad es un arma caliente.

1 comentario:

la javanaise dijo...

celebro con creces la vuelta del copetín.
"La felicidad es un arma caliente"